En varios artículos les he comentado que los neuróticos suelen padecer deseofobia.
El miedo al deseo se parece a la claustrofobia (miedo al encierro) porque sus afectados temen no poder escapar de sus impulsos, anhelos, antojos.
La necesidad surge del funcionamiento corporal y su satisfacción puede diferirse por períodos breves (comer, abrigarse, defecar).
El deseo surge también del funcionamiento corporal (si aceptamos que la psiquis es orgánica), pero su satisfacción podría diferirse por períodos más largos (estudiar, amar, viajar)
Por ejemplo, que un hombre cometa locuras amorosas, puede ser un buen tema para una novela romántica, pero cuando alguien es tan violentamente agitado por el deseo, éste pasa a ser tan incontrolable como un terremoto o un huracán.
Un caso así —observado por alguien con fantasías místicas—, le haría decir que se trata de una posesión demoníaca que debe ser exorcizada.
Quien posee un deseo tan intenso, es juzgado por los neuróticos deseofóbicos
como débil, promiscuo, hedonista.
Por supuesto que estos «jueces» creen en el libre albedrío y suponen que nuestro anti-héroe es capaz de evitarse esos problemas y que, por lo tanto, es culpable de todo lo que le pase.
Seguramente no es nada grato verse poseído por un deseo que conduzca nuestra existencia hacia un verdadero precipicio.
Ese deseo instalado en el cuerpo de nuestro personaje es tan extraño a él, como el feto en una mujer que quedó embarazada contra su voluntad.
Los «jueces» deseofóbicos le dirán a ella: «debiste pensarlo antes».
El deseo es una manifestación de vida y su ausencia equivale a una pobreza vital.
Los deseofóbicos necesitan condenar para negar que ellos mismos, son incapaces (tienen miedo) de desear y vivir.
Esta severidad moral les permite justificar su temor al riesgo, asegurar que los exitosos son corruptos y que el optimismo es irresponsabilidad.
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