Todo lo que hacemos son
fenómenos naturales como el viento o el impacto de un meteorito, que
transforman realmente el Universo
«No decidimos nada», afirmamos quienes creemos en el determinismo y no podemos creer en el libre albedrío.
«¿Entonces para que escriben miles de artículos con ideas sobre esto y
lo otro?», me retrucan quienes leen mis blogs.
Y les respondo: «Los escribo porque no puedo evitarlo, porque estoy
determinado por factores ajenos a mi control».
Nueve de cada diez, se alejan refunfuñando: «¡Bah, puro trabajo inútil!
No sé para qué se toma tantas molestias».
Y acá sigo contando mi versión de los hechos:
Esto que escribo quizá lo lea alguien.
Lo que escribo más todo lo que está escrito que alguien lee, influye
sobre el cerebro transformándolo de tal manera que la futura forma de
reaccionar ya no será la misma para ese lector.
Las producciones humanas, incluidos los mensajes en código simbólico
(escritos, discursos, pinturas, monumentos), son fenómenos naturales que
impactan sobre el cerebro de quienes los reciben, transformándolos
irreversiblemente.
Lo que hace difícil aceptar esta interpretación de los hechos es que:
a) No creemos en el determinismo;
b) Nos vemos más como dueños de la Naturaleza que como parte de ella;
c) Los cambios demasiado pequeños son más difíciles de percibir que los
más espectaculares (terremoto, inundación, Premio Nobel, puente transoceánico
[aún no construido]).
Desde este punto de vista, nada de lo que hacemos es inútil porque
nuestras acciones (escritos, discursos, colaboraciones, procreaciones),
modificarán el Universo, tanto como el viento, la lluvia, los meteoritos, el
estornudo de un virus).
Por ejemplo, si yo escribo: «No hay amores pequeños sino expectativas
ambiciosas», podría pensarse que es una trivialidad más, anodina como tantas,
pero no: alguien podría leerlo y revalorizar el amor que da y el amor que
recibe.
(Este es el Artículo Nº 1.835)
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