Las pérdidas, inconvenientes y malestares reiterados, cumplen un propósito beneficioso imposible de entender con sentido común.
Un chiste étnico dice: «Si ves que un judío se tira por la ventana, tírate tras él porque es buen negocio».
La creencia en el libre albedrío tiene sus pros y sus contras. De igual forma, creer en el determinismo nos aporta una vida más distendida pero nos perdemos los placeres del protagonismo: si me va bien o me va mal, no es por mérito o culpa mía sino porque la naturaleza y el azar (la casualidad) participaron a su manera para que «eso» me ocurriera.
Hasta que alguien me ayude a salir del error, pertenezco a la minoría que cree en el determinismo y les cuento qué se ve desde este lugar que me tocó en suerte.
El chiste del judío es una metáfora de lo que deseo comentarles.
La naturaleza siempre hace los mejores negocios, los más convenientes para la supervivencia individual y colectiva.
También es cierto que a veces ocurren excepciones. Por ejemplo, si a la naturaleza se le ocurre provocar un tsunami, podremos morir aplastados por un edificio o ahogados por una ola enorme.
Desde este lugar al que vine a parar (el determinismo) se ve que no existen fuerzas mágicas, ni misteriosas ni espirituales. Las energías que nos influyen pueden ser conocidas o desconocidas. Dependerá de nuestra sabiduría o ignorancia.
Los malos hábitos, los actos reiteradamente perjudiciales, las inhibiciones simples pero muy molestas, son como la defenestración del judío (tirarse por la ventana): seguramente no podremos comprenderlas pero también seguramente es lo mejor que nuestra naturaleza nos tiene asignado para preservarnos como individuos y como especie.
Quienes creen en el libre albedrío se lamentan, se quejan y dedican mucho esfuerzo a tomar precauciones para que nada (inevitable) ocurra.
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