Después de muchas décadas de equilibrio en el
reparto del poder, (Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Prensa), vuelve a
concentrarse, ahora en manos del poder
financiero, desequilibrando otra vez la toma de decisiones.
En un artículo de reciente
publicación (1), les comentaba:
«Lo
que en realidad hace un inversor es dar una orden a muchos trabajadores para
que hagan la tarea que es el objetivo de la inversión, por ejemplo: “construyan
una escuela”, cuando invierte en educación; “planten árboles”, cuando invierte
en forestación, etc.».
Hace muchos años, en Uruguay, la democracia representativa tenía un
defecto gravísimo: los grandes empresarios concurrían al lugar de votación con
sus empleados para que estos votaran al candidato que el patrón les ordenaba.
La solución que se encontró fue perfeccionar las condiciones del voto
secreto. El organismo encargado de organizar el acto eleccionario (Corte
Electoral) toma todas las precauciones para que los ciudadanos sean realmente
libres de votar a quien quieran, sin tener que obedecer órdenes de nadie.
Como digo en el artículo mencionado al principio, los inversores son, en
última instancia, personas que determinan dónde se aplicará el trabajo que está
representado en el dinero que ellos invierten.
Obsérvese cómo a veces la historia se repite, con ligera variantes, pero
se repite.
Quizá fue en el siglo 19 cuando se hicieron los intentos más serios de
esparcir el poder y mejorar el sistema democrático. La creación de los tres
poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, permitió un mejor equilibrio en la
toma de decisión. A eso correspondería agregar el concepto libertad de expresión que, en los hechos,
consolidó un cuarto poder: la prensa.
Todo esto funcionó más o menos bien, pero desde hace unas
cuantas décadas el poder volvió a concentrarse y las decisiones volvieron a
desequilibrarse porque ahora los únicos que gobiernan cualquier nación son unos
pocos capitalistas de enorme fortuna. Usted habrá oído hablar del poder financiero.
En suma:
aquellos ricos que les ordenaban a sus trabajadores que votaran al candidato
que les daría más riqueza, ahora vuelven a hacer lo mismo si tenemos en cuenta
que el dinero es, en realidad, trabajo acumulado.
El poder financiero funciona como si fueran los gobernantes
absolutos de millones de trabajadores que, virtualmente colocan en las urnas de
votación lo que el amo (el banquero, administrador de esa fuerza laboral
concentrada en cada billete), les ordene.
Desde otro punto de vista, si un inversor dice dónde
financiará construcciones que darán ocupación a los ciudadanos de un país, le
pondrá condiciones al gobernante, que este no tendrá más remedio que obedecer.
(Este es el Artículo Nº 2.134)
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