Algunas personas razonablemente solidarias con enfermos y minusválidos pueden tener además un sentimiento de omnipotencia que aplican a logran una curación sea como sea.
Existen enfermedades asintomáticas o etapas en las que una enfermedad no se manifiesta. Los humanos buscamos solución para las etapas de una enfermedad en las que esta se manifiesta, pero las etapas «silenciosas» no estimulan acciones concretas.
Casi no existe literatura sobre la otra parte de la enfermedad, aquella en la que el enfermo encuentra beneficios, muchos de los cuales son realmente atractivos. Tan atractivos que pueden llevarlo a que la curación se presente como una amenaza.
El beneficio más insólito consiste en el aumento de poder social que nos permite tener (nos aporta, nos provee) el rol de «enfermo».
El instinto de conservación de la especie existe y nos obliga a ser solidarios, ayudar, colaborar, auxiliar, atender, acompañar, consolar. Sin perjuicio de esta compulsión de origen biológico, las leyes de todos los pueblos determinan con claridad que está prohibida la «omisión de asistencia» porque a veces ocurre que por razones coyunturales algunos ciudadanos pueden omitir esta ayuda al necesitado.
Ese instinto de conservación de la especie hace que el enfermo pueda ejercer autoridad sobre quienes lo atienden, a veces esclavizándolos, chantajeándolos emocionalmente, logrando que los seres queridos y solidarios queden sometidos a los caprichos autoritarios de quien, por padecer una conmovedora debilidad, genera en los demás un deseo irrefrenable de curarlo, aliviarlo, compensarlo.
Ese deseo irrefrenable puede agudizarse cuando el colaborador tiene sentimientos de omnipotencia. Es decir que, sin darse cuenta llega a la conclusión de que el enfermo no puede seguir sufriendo, que debe sanarse rápidamente, que no deberá tener ningún padecimientos mientras el omnipotente esté ahí para convertirlo en una persona sana, sin ningún impedimento, idéntica a como era antes de indisponerse.
(Este es el Artículo Nº 162)
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