Nuestras creencias son
determinantes de cómo vivimos pues de ellas depende lo que podamos ver. En lo
que no creemos somos ciegos.
El dicho popular «Si lo no veo no lo
creo» funciona al derecho y al revés.
Cuando mi cuñada me dice que su
hija creció seis centímetros en tan solo nueve días no puedo creerlo, pero cuando
me encuentro con la niña reconozco que la madre tenía razón. Sin embargo, «si no lo veo no lo
creo» porque no sabía que alguien pudiera crecer tan rápido.
La obesidad suele ser atribuida a problemas alimenticios. Popularmente
una mayoría cree que la gordura se produce porque mecánicamente se ingieren más
alimentos de los que se gastan, como quien empieza a comprar cosas en un
supermercado hasta el punto en que el carrito queda rebosante y sin capacidad
para agregar algo más.
Lo que ven estas personas está vinculado con lo que creen: si ven una
persona con sobrepeso se la imaginan sedentaria y glotona. Quedan en evidencia
estas creencias suyas cuando juegan a los dietistas y comienzan una encuesta
terapéutica consultando sobre si hacen ejercicio regularmente, si comen
bastante frutas y verduras, si ingieren demasiada harina de trigo, grasas,
dulces.
En este caso el dicho popular funciona al revés, es decir: «Si no lo
creen, no lo ven», si no creyeran en cuáles son las causas del sobrepeso no
verían (imaginarían) el sedentarismo y la dieta hipercalórica.
Con excepción de los ciegos, el sentido de la vista es el más importante
porque de él tomamos las referencias que nos guían para vivir. Los otros cuatro
sentidos ocupan un lugar secundario.
Por este motivo nuestras creencias son tan determinantes de cómo
vivimos, pues de ellas depende lo que podamos ver. En todo lo que no creemos
funcionamos como ciegos.
(Este es el Artículo Nº 1.906)
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