Lo que pueden ver los economistas de los humanos es una aparente coherencia. No mostramos nuestras intenciones porque las ignoramos.
Somos animales gregarios,
necesitamos vivir en grupos, no existe un ser humano que viva totalmente solo
durante mucho tiempo.
Para confundirnos en la
interpretación del instinto gregario convertirnos en obra famosa la increíble
historia de Robinson Crusoe, escrita por Daniel Defoe y publicada en 1719. Solo
a un novelista se le ocurre crear la ficción de que un náufrago se las arregló
bastante bien durante 28 años en una isla desierta.
Los economistas se vuelven locos
tratando de entender la actitud que tenemos ante la economía. Si bien el
egoísmo juega un rol muy importante en nuestras decisiones, también es cierto
que lo que mantiene unida a la sociedad son los principios de benevolencia y de
automoderación.
Como somos gregarios cuidamos al
colectivo con un esmero similar al que dedicamos a cuidarnos como individuos.
Los economistas se vuelven locos
porque creen que sus observaciones son confiables y me inclino a pensar que se
equivocan porque ellos mismos no soportan pensar que son animales guiados por
el instinto y predominantemente irracionales.
Para empezar no creemos lo que
percibimos sino que percibimos lo que creemos.
Efectivamente, nuestra capacidad
perceptiva no defrauda a las creencias sino que, por el contrario, estas son
las que determinan nuestras percepciones. Las creencias, (prejuicios, dogmas,
teorías), van adelante de la percepción y esta no las desmiente sino que las
ratifica sea como sea.
Nuestra conducta es emotiva,
afectiva, emocional, enérgicamente guiada por el inconsciente, los instintos,
los impulsos, los deseos, las fantasías, pero lo que se puede ver de nosotros,
lo que pueden ver los economistas de los humanos, es la apariencia racional,
disfrazada de coherente, inteligente, previsible, intelectual. Nunca dejamos
ver nuestras intenciones...porque las ignoramos.
(Este es el Artículo Nº 1.849)
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