Las instituciones educativas tienen, entre otros objetivos, indicar a cada ciudadano cuál es su valor (calificación) para el mercado laboral.
Los chistes aportan tanta sabiduría como los refranes o
proverbios, con el beneficio de que además nos hacen reír.
Los humanos no sabemos valorarlos con justicia porque
suponemos que el humor solo trata de tonterías, trivialidades, carentes de
importancia. Para reafirmar estas suposiciones, decimos que algo es «serio»
para significar que es respetable, digno, confiable.
Un chiste cortísimo dice que el gran negocio sería comprar
un ser humano por lo que vale para luego venderlo por lo que él cree que vale.
La sabiduría de esta ocurrencia está en señalar
graciosamente nuestra discapacidad para valorarnos con justicia.
A veces pensamos que los estudiantes abandonan
prematuramente los estudios porque su inteligencia llegó al máximo en el punto
donde ya no pudo continuar, pero esta apreciación tiene tantas excepciones como
acepciones.
Algunos estudiantes abandonan sus estudios porque están
hartos de que otros, (docentes, compañero de estudio, padres), les informen
sobre su verdadero valor, en tanto este es notoriamente inferior al que creen
tener.
El mercado laboral podría representarse como una larga fila
de aspirantes ordenados de tal forma que el primero es aquel que mejor califica
para llenar las vacantes disponibles y el último el que peor califica para
ocuparlas.
El sistema educativo tiene, entre algunos de sus objetivos,
determinar cuál es el lugar que cada uno ocupa en esa larga fila de candidatos.
Sin embargo, si bien este es uno de sus objetivos, no
siempre lo cumple porque los docentes pierden de vista que están asignando un
lugar en esa fila imaginaria y califican según criterios alejados del mercado
laboral, al que desconocen porque nunca entendieron que la formación de los
ciudadanos también debe contemplar la aptitud para ganar dinero trabajando.
(Este es el Artículo Nº 1.800)
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