El valor de una cosa está
determinado por la facilidad con que podamos comprarla o por la indiferencia
que nos inspire.
Es posible fundamentar una
conclusión que diga: «El valor de todo está determinado por la
fortaleza de cada uno».
Por ejemplo, si un kilo de pan vale 100, para alguien que gana ese
importe sin cansarse es más barato que para otro que deba quedar extenuado para
conseguirlo.
Por lo tanto, el valor del pan está determinado por la fortaleza de cada
uno: es más barato para quien tenga más fortaleza, resistencia al cansancio,
habilidad para ganar dinero y es inaccesible para quien está postrado con
anemia.
Si alguien dice «me duele un diente» y otro le responde «a mí también»,
podemos decir que los dos se quejan pero no podemos determinar a cuál de los
dos le duele más.
Es casi imposible hacer una comparación entre las sensaciones de dos
personas, aunque si tuviéramos que prestar auxilio tendríamos que evaluar cuál
de los dos corre mayores riesgos de vida.
Como es tan difícil determinar quién está peor, la justicia distributiva
de los bienes del planeta es una tarea difícil y, en muchos casos, imposible.
¡Si lo sabrán las madres cuando varios de sus hijos están enfermos al mismo
tiempo y todos la reclaman!
Pero la fortaleza, que es determinante a la hora de asignarle un valor a
las cosas, también influye en la resistencia a la frustración.
Es conocida una sentencia según la cual «No es más rico quien más tiene
sino quien menos necesita».
Por lo tanto el valor de una cosa está determinado por lo fácil o
difícil que sea para cada uno obtener los recursos suficientes para comprarla y
también está determinado por cuán imprescindible sea esa cosa. Para una persona
indiferente nada tiene valor.
(Este es el Artículo Nº 1.968)
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