sábado, 6 de julio de 2013

El sistema educativo nos impone creencias



 
Los ciudadanos egresados del sistema educativo de cada país disponemos de una única manera de interpretar, entender y reaccionar.

En otro artículo (1) les comento que no podemos ver aquello en lo que no creemos.

Quizá sería mejor decir que no podemos entender aquello en lo que no creemos.

Un relámpago y un trueno son entendidos de forma diferente por quienes tienen creencias diferentes.

— Unos podrán decir que están desvinculados entre sí porque ocurren en tiempos diferentes, (el relámpago se ve primero y al rato oímos el trueno porque, si bien ocurren en forma simultánea, los percibimos distanciados en el tiempo porque la velocidad de la luz es mayor que la velocidad del sonido);

— Otros podrán opinar que no tardará mucho en llover;

— Algunos rezarán y se encomendarán al dios del trueno y al dios del relámpago para que no los castiguen por los pecados cometidos;

— Esos estímulos visuales y auditivos pueden traer recuerdos de tormentas vividas en momentos significativos, quizá también estimulen alguna fantasía llena de luz, color y sonido.

Una de las funciones del sistema educativo por el que tenemos que pasar obligatoriamente al poco tiempo de nacer es instalar en nuestras mentes una cantidad de creencias a las que llamamos «conocimientos».

Según el Diccionario de la Real Academia Española, por «conocimiento» (2) debe entenderse «Entendimiento, inteligencia, razón natural».

Como en cada país se imparten conocimientos según un plan de estudios determinado por los gobernantes, los ciudadanos que pasan por el Sistema Educativo egresan con un conjunto de creencias (conocimientos) que los obligan a interpretar la realidad de una determinada manera y de ninguna otra forma.

Con este procedimiento los ciudadanos disponemos de una única manera de interpretar, entender y reaccionar. Así los gobernantes pueden prever qué entenderá cada uno de lo que se le exija, aconseje, recomiende.

   
(Este es el Artículo Nº 1.925)

Las creencias y la ceguera




Nuestras creencias son determinantes de cómo vivimos pues de ellas depende lo que podamos ver. En lo que no creemos somos ciegos.

El dicho popular «Si lo no veo no lo creo» funciona al derecho y al revés.  

Cuando mi cuñada me dice que su hija creció seis centímetros en tan solo nueve días no puedo creerlo, pero cuando me encuentro con la niña reconozco que la madre tenía razón. Sin embargo, «si no lo veo no lo creo» porque no sabía que alguien pudiera crecer tan rápido.

La obesidad suele ser atribuida a problemas alimenticios. Popularmente una mayoría cree que la gordura se produce porque mecánicamente se ingieren más alimentos de los que se gastan, como quien empieza a comprar cosas en un supermercado hasta el punto en que el carrito queda rebosante y sin capacidad para agregar algo más.

Lo que ven estas personas está vinculado con lo que creen: si ven una persona con sobrepeso se la imaginan sedentaria y glotona. Quedan en evidencia estas creencias suyas cuando juegan a los dietistas y comienzan una encuesta terapéutica consultando sobre si hacen ejercicio regularmente, si comen bastante frutas y verduras, si ingieren demasiada harina de trigo, grasas, dulces.

En este caso el dicho popular funciona al revés, es decir: «Si no lo creen, no lo ven», si no creyeran en cuáles son las causas del sobrepeso no verían (imaginarían) el sedentarismo y la dieta hipercalórica.

Con excepción de los ciegos, el sentido de la vista es el más importante porque de él tomamos las referencias que nos guían para vivir. Los otros cuatro sentidos ocupan un lugar secundario.

Por este motivo nuestras creencias son tan determinantes de cómo vivimos, pues de ellas depende lo que podamos ver. En todo lo que no creemos funcionamos como ciegos.

(Este es el Artículo Nº 1.906)

Los delincuentes que van adelante de la policía




Al pequeño grupo de los emprendedores pertenecen los empresarios innovadores y los delincuentes imparables para quienes siempre corren de atrás.

No creo en el libre albedrío y sí creo que estamos multideterminados por una cantidad muy grande de factores ajenos a nuestro control (genética, ecosistema, otras personas, orden jurídico, cultura, tradiciones, mercado de oferta y demanda, enfermedades y seguramente muchos más).

Bajo este punto de vista es posible observar y pensar situaciones e ideas diferentes a la mayoría en tanto esta supone que tenemos libertad real de decidir qué hacemos y qué no hacemos.

Desde el punto de vista del determinismo es posible suponer que los seres humanos tenemos dos características diferentes y hasta cierto punto opuestas.

Un grupo grande de seres humanos está abocado a resolver los miles de problemas que se nos presentan en la existencia: ganar dinero para solventar los consumos básicos (alimentación, alojamiento, vestimenta), reparar lo que se estropea por el uso o por accidente, resolver conflictos entre los integrantes de la sociedad, administrar los recursos colectivos que solventan los gastos públicos, administrar justicia en caso de conductas prohibidas y perjudiciales.

Como podrá observarse esta lista no es exhaustiva.

Un grupo pequeño de seres humanos está abocado a crear nuevos escenarios, nuevas realidades, situaciones alternativas, inventar lo que todavía no se ha hecho.

Parece claro que es relativamente más fácil resolver problemas que se repiten de situaciones conocidas que generar nuevos negocios, nuevos productos, nuevas estrategias.

En ambos grupos también es posible decir que el grupo mayor corre detrás de los acontecimientos (trabaja cuando algo ya ocurrió), mientras que el grupo  menor avanza adelante de la realidad, de la situación, del momento actual.

Este pequeño grupo de emprendedores incluye a los empresarios exitosos y quienes delinquen con procedimientos no previstos por la policía.

(Este es el Artículo Nº 1.907)

La buena y la mala suerte




No somos responsables de nuestra mala suerte ni tenemos derecho a vanagloriarnos por los aciertos logrados por nuestra buena suerte.

Si fuera posible seguirle los pasos en las aventuras de una semilla de pino, encontraríamos que algunas, no tan fuertes, han tenido la suerte de caer en terrenos muy fértiles y terminaron siendo las bisabuelas de enormes bosques de grandes pinos, sin embargo otras, genéticamente perfectas, no han tenido la suerte de caer en terrenos fértiles, han caído en el mar o han caído en un terreno montañoso y terminaron no germinando nunca, siendo los resultados de una y otra semilla muy diferentes a los que podría haber imaginado cualquier mente racional.

Teniendo en cuentas las notorias diferencias que existen entre una semilla de pino y un ser humano, pueden ocurrir suertes similares: personas no bien dotadas pueden fundar un imperio y otras, más inteligentes y esforzadas, pueden fundir su empresa unipersonal.

Esta comparación entre una semilla y un ser humano que acabo de plantear, puede estar expuesto a un destino similar.

Si la pequeña ficción llega a ser conocida por alguien que necesita suponer que la suerte existe y es determinante, el ejemplo quizá llegue a ser conocido por varias generaciones, pero si esta pequeña ficción llega a ser conocida por alguien que necesita creer en el libre albedrío y que necesita ejemplos de cómo el destino de cualquier semilla o ser humano depende de la voluntad que ponga para encontrar un terreno fértil o para transformar la pequeña empresa unipersonal en una multinacional, seguramente la pequeña ficción caerá en el olvido..., como aquella semilla de pino que acuatizó en el mar o que aterrizó en la montaña.

Unos y otros administradores de esta pequeña ficción actuarán según sus circunstancias vigentes en el momento de conocerla. ¡Pura suerte!

(Este es el Artículo Nº 1.901)