sábado, 4 de mayo de 2013

...lo vamos a llamar




Algunas personas consideran que con solo prometer alcanza para que el receptor de la promesa se dé por satisfecho.

Ya muchas personas comentan y piensan que, cuando se presentan ante un potencial contratante para ofrecerse como empleados entregándole la historia de vida, (currículum vitae), y el potencial empleador dice: «Muy bien, lo tendremos en cuenta, lo vamos a llamar», esta promesa nunca se cumple.

Sin embargo, esto no es tan así.

El trabajo funciona de forma similar a una mercancía y por eso está sometido a  leyes de la oferta y la demanda. A veces los angustiados por no conseguir empleo son los trabajadores y otras veces los angustiados por no conseguir colaboradores son los potenciales empleadores.

Por lo tanto, lo que determina si la expresión «...lo vamos a llamar» es real o falsa es el mercado de la oferta y la demanda del servicio que ofrece quien busca empleo. El potencial empleador pronuncia una frase entendible, cómoda y económica porque para ser enunciada no hace falta distraer el valioso tiempo de un gerente.

Pero cuando la promesa «...lo vamos a llamar» no se cumple, entra en juego otro factor interesante para ser comentado acá.

Todos los seres humanos, buscadores y oferentes de empleo, solemos confundir promesa con acción.

Efectivamente, tanto los integrantes de la empresa como los que desearían serlo, pueden ser personas capaces de sentir cómo una simple promesa es todo lo que hay que hacer para satisfacer cualquier necesidad o deseo.

En términos muy exagerados, para estas personas decir «calmaré tu hambre» equivale a entregar un plato con comida a quien recibe la promesa. Aunque parezca insólito, estas personas lo sienten íntimamente y por eso son generosas cuando prometen y hasta sienten el placer de quienes dan realmente.

¿Qué significará entonces la promesa «...lo vamos a llamar»?

(Este es el Artículo Nº 1.852)

Ignoramos nuestras intenciones



 
Lo que pueden ver los economistas de los humanos es una aparente coherencia. No mostramos nuestras intenciones porque las ignoramos.

Somos animales gregarios, necesitamos vivir en grupos, no existe un ser humano que viva totalmente solo durante mucho tiempo.

Para confundirnos en la interpretación del instinto gregario convertirnos en obra famosa la increíble historia de Robinson Crusoe, escrita por Daniel Defoe y publicada en 1719. Solo a un novelista se le ocurre crear la ficción de que un náufrago se las arregló bastante bien durante 28 años en una isla desierta.  

Los economistas se vuelven locos tratando de entender la actitud que tenemos ante la economía. Si bien el egoísmo juega un rol muy importante en nuestras decisiones, también es cierto que lo que mantiene unida a la sociedad son los principios de benevolencia y de automoderación.

Como somos gregarios cuidamos al colectivo con un esmero similar al que dedicamos a cuidarnos como individuos.

Los economistas se vuelven locos porque creen que sus observaciones son confiables y me inclino a pensar que se equivocan porque ellos mismos no soportan pensar que son animales guiados por el instinto y predominantemente irracionales.

Para empezar no creemos lo que percibimos sino que percibimos lo que creemos.

Efectivamente, nuestra capacidad perceptiva no defrauda a las creencias sino que, por el contrario, estas son las que determinan nuestras percepciones. Las creencias, (prejuicios, dogmas, teorías), van adelante de la percepción y esta no las desmiente sino que las ratifica sea como sea.

Nuestra conducta es emotiva, afectiva, emocional, enérgicamente guiada por el inconsciente, los instintos, los impulsos, los deseos, las fantasías, pero lo que se puede ver de nosotros, lo que pueden ver los economistas de los humanos, es la apariencia racional, disfrazada de coherente, inteligente, previsible, intelectual. Nunca dejamos ver nuestras intenciones...porque las ignoramos.

(Este es el Artículo Nº 1.849)

Semejanza entre ateo y católica




Una católica practicante funciona como un ateo que cree en el determinismo, y no es por casualidad.

Encontré un alma gemela aunque externamente cualquiera diría que somos «agua y aceite», es decir, dos personas ubicadas en las antípodas de la filosofía.

Se trata de una persona muy religiosa y con fuerte apego a los rituales de la Iglesia Católica. Concurre a misa,  se confiesa, hace retiros espirituales, no utiliza anticonceptivos, tiene varios hijos, reza, hace promesas, es piadosa.

¿Por qué ella se parece tanto a mí, que no creo ni en dios ni en el libre albedrío?

Nos parecemos en que ambos tenemos una vida tranquila, dejando que la naturaleza haga su trabajo.

Ella lo hace así porque confía en la inmensa sabiduría de Dios y yo hago lo mismo porque estoy convencido de que no decido nada sino que actúo obligado por una cantidad de factores que nos influyen a todos, a los seres vivos y a los objetos inanimados.

Somos muy cuidadosos, porque así se lo exige Dios y porque yo no podría ser de otra manera;

Somos buenos ciudadanos porque ella respeta estrictamente la palabra de Su Señor Jesucristo y yo porque no puedo evitarlo, si quisiera ser mejor o peor no podría porque estoy determinado rígidamente.

Ella ama a sus hijos y es generosa con ellos aunque se pone muy severa cuando el instinto le dice que debe poner límites. Yo también amo a mis hijos y dejo que sean como la Naturaleza los diseñó, pero me pongo bravo cuando me sacan de las casillas.

Ella es muy fiel a su cónyuge porque se casó ante su Dios y no podría transgredir lo que prometió; yo también soy fiel a mi esposa porque casualmente nunca tengo ni motivos ni ganas de mentirle a nadie.

(Este es el Artículo Nº 1.868)

La heterofobia existe



 
Algunas personas son radicalmente heterosexuales y homofóbicas o radicalmente homosexuales y heterofóbicas, fobia esta de la que nunca se habla.

La vida se siente cuando nos sentimos bien... así hablamos coloquialmente. Y hago hincapié en ello expresándolo de otra manera: me siento bien cuando me siento con energía, con vitalidad, siento que vivo plenamente.

Algo similar ocurre cuando el lenguaje habitual nos lleva a decir que nos sentimos mal. En este caso decimos que nos duele algo pero sobre todo que carecemos de entusiasmo, de vitalidad, de energía.

Aunque pensando racionalmente no hay términos medios entre vivir y estar muerto, subjetivamente sentimos que sí existen porque asociamos la cantidad de energía, voluntad, entusiasmo, alegría, vitalidad con ‘tener mucha vida’.

Por lo tanto, aunque racionalmente no hay términos medios entre vivir y morir, subjetivamente consideramos que podemos sentir una gama muy amplia de estados de existencia, desde la gran vitalidad al estado en el que casi no tenemos ganas ni de respirar.

Entendemos bien cuando alguien se lamenta diciendo «estoy medio muerto»...de cansancio, de aburrimiento, por la resaca alcohólica.

Quienes creen que «querer es poder» también creen en el libre albedrío y alivian su angustia existencial suponiendo que gobiernan su vida, sus estados de ánimo y hasta la vitalidad disponible.

En este último intento se los observa representando a un personaje enérgico, optimista, lleno de buen humor, hiperactivo.

Según creo están determinados para comportarse de esta forma y por eso tampoco pueden evitar hacer dichos alardes. Sus cuerpo están diseñados para teatralizar roles con ese carácter.

Para estas personas que funcionan ocultando los períodos de escasa vitalidad, quizá sea imposible soportar la bisexualidad que nos caracteriza.

Esta falta de definición los vuelve radicalmente heterosexuales y homofóbicos o radicalmente homosexuales y heterofóbicos, fobia esta de la que nunca se habla.

(Este es el Artículo Nº 1.863)