domingo, 20 de junio de 2010

Todos los abortos son espontáneos

Nuestros avances tecnológicos nos han permitido postergar la muerte.

Quien más quien menos, procura devolver lo que le prestaron lo más tarde posible, intenta que las leyes lo exoneren de ciertas obligaciones, procura disminuir su contribución a los gastos generales del país donde vive (pagar menos impuestos).

En estas prácticas, a veces logramos éxitos completos (no devolver un préstamo, no ser condenados, no pagar algunos impuestos), pero con la muerte, sólo conseguimos aplazamientos: nunca cancelaciones.

Nuestra especie está dotada de muy buena capacidad adaptativa. Nos ingeniamos para contrarrestar más ataques a la existencia que las demás especies.

En dos artículos ya publicados (1), les decía que el suicidio no es otra cosa que una forma de llamarle a lo que ocurre con ciertas enfermedades terminales que utilizan al propio enfermo para provocar el fallecimiento.

Las instituciones de reclusión (penitenciarías y hospitales) toman precauciones para evitar que se produzca ese desenlace, quitándole a los internados todos los medios que pudieran ser usados para matarse.

Los creyentes en el libre albedrío suponen que quien se mata, lo hace porque quiere, pero en realidad es más lógico suponer que el suicida no puede evitarlo, como tampoco puede evitarlo cualquier otro enfermo que fallezca a consecuencia de una enfermedad mortífera.

Lo mismo podemos pensar respecto al aborto.

Estos pueden ocurrir de tal forma que la mujer lamente la pérdida o pueden ocurrir de tal forma que la mujer se sienta beneficiada por la interrupción del embarazo.

No creo que la naturaleza esté muy interesada por la satisfacción o disgusto de los humanos.

Todos los abortos son naturales, aunque algunos parezcan tan intencionales como el suicidio.

(1) El enfermo acusado
Al rescate del soldado Marilyn Monroe

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jueves, 3 de junio de 2010

Trabajo para que necesites mi bienestar

Freud, Lacan, bienestar, servicio, deseo, multidisciplinario, incesto

El complejo de Edipo se manifiesta de muchas formas.

La prohibición del incesto implica la prohibición de la endogamia, esto es, la unión sexual entre personas de la misma familia.

En nuestra cultura sólo está permitida la exogamia, esto es, la unión sexual entre personas de familias diferentes.

Pero como todos querríamos amarnos físicamente con nuestros seres queridos (padres, hermanos, tíos) y no nos dejan, entonces hacemos cosas parecidas (metáforas).

Esta es la explicación de por qué los científicos y artistas forman grupos aislados, incapaces de interactuar productivamente con los científicos y artistas de otras disciplinas, escuelas, ideologías, tendencias.

El resultado es que nuestros conocimientos avanzan a paso de tortuga. Todos defienden el punto de vista de su familia profesional o artística, y simultáneamente descalifican a todas las demás.

Metafóricamente los biólogos, físicos, psicoanalistas, se casan con su hermana.

Casi todos estos académicos incestuosos, son conscientes que están mirando la realidad a través de un caño de escopeta, no viendo el paisaje (realidad) completo, pero como el libre albedrío no existe, todos estamos determinados para hacer lo que la naturaleza nos impone, justificando las incoherencias con el primer argumento que se nos ocurra.

En suma: nuestra percepción restringida a un sólo punto de vista, ignorando sistemáticamente los puntos de vista de otros observadores, nos inhibe de saber más, entender mejor y optimizar nuestra calidad de vida.

Enterado de mi deseo, ahora buscaré otros puntos de vista.

He llegado a la conclusión de que mi bienestar depende de que otros —más poderosos— se beneficien con lo que yo haga y que además necesiten mi bienestar para seguir beneficiándose.

Observe lo que digo: mi bienestar actual y futuro depende de que otros tengan bienestar por lo que hago y que siempre deseen mi bienestar.

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La deseofobia

En varios artículos les he comentado que los neuróticos suelen padecer deseofobia.

El miedo al deseo se parece a la claustrofobia (miedo al encierro) porque sus afectados temen no poder escapar de sus impulsos, anhelos, antojos.

La necesidad surge del funcionamiento corporal y su satisfacción puede diferirse por períodos breves (comer, abrigarse, defecar).

El deseo surge también del funcionamiento corporal (si aceptamos que la psiquis es orgánica), pero su satisfacción podría diferirse por períodos más largos (estudiar, amar, viajar)

Por ejemplo, que un hombre cometa locuras amorosas, puede ser un buen tema para una novela romántica, pero cuando alguien es tan violentamente agitado por el deseo, éste pasa a ser tan incontrolable como un terremoto o un huracán.

Un caso así —observado por alguien con fantasías místicas—, le haría decir que se trata de una posesión demoníaca que debe ser exorcizada.

Quien posee un deseo tan intenso, es juzgado por los neuróticos deseofóbicos
como débil, promiscuo, hedonista.

Por supuesto que estos «jueces» creen en el libre albedrío y suponen que nuestro anti-héroe es capaz de evitarse esos problemas y que, por lo tanto, es culpable de todo lo que le pase.

Seguramente no es nada grato verse poseído por un deseo que conduzca nuestra existencia hacia un verdadero precipicio.

Ese deseo instalado en el cuerpo de nuestro personaje es tan extraño a él, como el feto en una mujer que quedó embarazada contra su voluntad.

Los «jueces» deseofóbicos le dirán a ella: «debiste pensarlo antes».

El deseo es una manifestación de vida y su ausencia equivale a una pobreza vital.

Los deseofóbicos necesitan condenar para negar que ellos mismos, son incapaces (tienen miedo) de desear y vivir.

Esta severidad moral les permite justificar su temor al riesgo, asegurar que los exitosos son corruptos y que el optimismo es irresponsabilidad.

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